jueves, 26 de junio de 2008

“El Espectáculo de la Naturaleza-VII” 1786



Entramos en el campo de la Física. Siempre visto desde la particular óptica de Pluche. Esa forma tan típica de la época ilustrada, una visión cotidiana y práctica de la ciencia. En este caso dedicado a la luz y sus manifestaciones. El libro está dividido en doce conversaciones. I-Plan de estudio del cielo; II-La Noche; III-La Luna; IV-El Crepúsculo, y el Azul celeste; V- La Aurora; VI-El Nacimiento del Sol; VII-La Propagación de la Luz; VIII-Los Caminos de la Luz, y las maravillas de la Visión; IX-Los Colores; X-La Sombra; XI-El lugar, y servicios del Fuego; XII-La Theórica del Fuego.
En el primer capítulo (voy a llamarlo así porque que el estilo de conversación se ha perdido, y se ha convertido en un monólogo, aunque el autor se empecine en llamarlos conversaciones) explica el desarrollo de la cuarta parte de la obra que empieza en este tomo.
En el segundo nos muestra un discurso más poético que científico acerca de la noche. En él habla de la tranquilidad de la noche, las antorchas que la iluminan, la visión de las estrellas, etc.
Con el tercero se muestra más didáctico, ya que nos enseña como se desarrollan las fases de la luna y los eclipses, debido al movimiento de la luna alrededor de la tierra. Acompaña un grabado para la mejor comprensión. También nos habla del uso que se hace de ella para la elaboración de un calendario lunar en diferentes culturas.




Para la explicación del Crepúsculo, acompaña un grabado para mostrar la incidencia tangencial de los rayos del sol en la atmósfera, y como esto provoca los efectos luminosos del amanecer y el atardecer. Al igual que el papel que juega la atmósfera en todo esto.
En el capítulo dedicado a la Aurora, no se refiere a la Aurora Boreal, sino al amanecer. Nos vuelve a dar un discurso poético-bucólico-religioso de lo bonitas que son las mañanas. Que hay que leerlo en esos momentos en los que uno tiene un estado de ánimo más sensible, de lo contrario lo pasas de largo porque te resulta un poco meloso.
En cambio el discurso acerca del sol resulta entretenido e instructivo, poniéndonos en la piel del lector de la época. En él nos explica la magnitud y distancia de la tierra al sol, aunque no es muy certero. Las magnitudes que utiliza son las leguas y las toesas, de esta manera la distancia que nos da varía entre los 60 y 160 millones de kilómetros. Es decir muy lejos. De hecho pone el ejemplo de que un caballo puede andar veinticinco leguas al día y una bala de cañón cien toesas por segundo. Busca Pluche la motivación divina para explicar la posición del Sol respecto a la Tierra, ya que es la justa para no abrasarnos o no quedarnos helados
En capítulo séptimo que lo dedica a la propagación de la luz, en primer lugar hace un discurso acerca de la naturaleza de la luz, que para el es como un fluido que circunda todo y que este fluido esta compuesto por globulitos de luz. En cierto modo no estaba muy desencaminado el autor ya que soluciona tanto el comportamiento ondulatorio como el corpuscular. Incluso nos da el tamaño del “globulito” que piensa que ha de tener un diámetro seiscientas mil veces más pequeño que un “globulito” de aire. La verdad que es un capítulo muy interesante.




El octavo lo dedica a los caminos que sigue la luz y los diferentes obstáculos que encuentra, de esta manera diserta acerca de la refracción y la opacidad, para pasar más adelante a hablar de la visión y sus características.
Los colores los interpreta como fruto de nuestro sentido de la vista y nuestro cerebro, que al fin y al cabo son los que interpretan esas longitudes de onda. Entiende bien que si un objeto es rojo, lo es porque absorbe todos los colores y refleja el rojo.
El capítulo de la Sombra es curioso porque explica su utilidad en la época. Como por ejemplo, su uso para averiguar la altura de una torre, usando la trigonometría, o su uso en la Gnómica o relojes de sol y la invención de la cámara oscura, precursora de la fotografía.
Los dos últimos los dedica al fuego, que para Pluche es un fluido súper elástico que nos rodea y que busca el momento de activarse. En los dos capítulos trata de todos aquellos efectos llamativos del fuego, como pasa con la pólvora, etc. Y trata de la curiosa maquina, embrión tanto de las máquinas de vapor como de los motores a reacción, la Eolipila.
Este tomo esta impreso en Madrid en la Imprenta de Pedro Marín en 1786. Contiene Portada, Tabla, h. en blanco, Expl. del Frontispicio, Frontispicio, 316 pags y dos hojas de índice. Además contiene cuatro grabados desplegables y una cinta de seda rosa, de punto de lectura. Que resulta evocador que la parte de la cinta que se encuentra resguardada entre las hojas tiene el brillo de la seda y conserva su rosa pálido, con la intensidad de una rosa fresca. En cambio el trozo de cinta que asoma por ambos lados, es gris, mate y marchito. El libro me dice; entre mis páginas no pasa el tiempo.

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