domingo, 21 de junio de 2009

“Libro de reloges solares, 1575”




La existencia del hombre es inherente a la del sol. El hombre, desde los albores de los tiempos, es consciente del paso del tiempo y de su irreversibilidad. El día y la noche fueron las primeras unidades básicas del paso de nuestro tiempo y el sueño nocturno marcaba el fin y el principio del nuevo día.
Ya en las culturas megalíticas inglesas e irlandesas encontramos los primeros vestigios líticos relacionados con el sol, con una antigüedad de cinco mil años. El hombre primitivo, tendría la consciencia de qué la sombra de un palo clavado en suelo (gnomon) variaba con el transcurso del día. Este gnomon, que en griego quiere decir "indicador", y en el caso de la gnomónica significa indicador de fracción de tiempo, es el que daría lugar al desarrollo del reloj de sol.

Con las primeras civilizaciones aparecen también las primeras necesidades organizativas religiosas y socioculturales. Es en la civilización sumeria donde encontramos las primeras noticias de un sistema de calendario y una división de la duración del día en partes iguales. Así el día se dividía en doce danna (dos horas) y cada danna en treinta ges.

Pero es con la civilización egipcia donde aparece nuestra división del año en 365 días y el día en 24 horas. Estas horas tenían un significado religioso la palabra egipcia correspondiente a hora equivalía también a "deber sacerdotal", palabra de la misma raíz que "vigía de las estrellas" (o vigía del tiempo). Por lo tanto aparece la necesidad de crear algún instrumento que pudiera indicar la hora en que nos encontramos para cumplir las obligaciones religiosas. Este instrumento se llamaba “merkhet” y era un primitivo reloj de sol portátil, que constaba de dos piezas prismáticas, pétreas, de unos tres decímetros de longitud, situadas perpendicularmente, donde una tenía marcadas las horas y otra servía de aguja.

Los griegos continuaron la tradición babilónica en la medición del tiempo, y aparece el primer testimonio escrito sobre el uso de los relojes de mano del filósofo presocrático Anaximandro. Según Favorino fue el primero en inventar un gnomon y utilizarlo en relojes de Sol en Lacedemonia, según narra en su “Historia varia”, para marcar los solsticios y equinoccios. Me gusta recordar que Anaximandro, según Diógenes Laercio, fue el primero en trazar el perímetro de la tierra y el mar, y construir una esfera celeste. ¡Cuantos pasos de cangrejo ha recorrido el hombre desde entonces!

Según relata Herodoto de Halicarnaso en su Historia, fueron los griegos los primeros en utilizar la gnomónica, que es la ciencia encargada de elaborar teorías y reunir conocimiento sobre la división del arco diurno, o trayectoria del Sol sobre el horizonte. Un sistema que como la duración del arco diurno varía con el ciclo estacional provoca un sistema de horas desiguales. Lo cierto es que hubieron varios autores griegos que escribieron sobre gnomónica, Anaxímenes, Demócrito, y los escritos del geómetra Apolonio de Perge, sobre elipses y parábolas que influenciaron en esta ciencia.
Las innovaciones aportadas por el babilonio Beroso Caldeo en el siglo III aC. fueron transmitidas en la obra “De Arquitectura” de Vitrubio Polión , siendo el más importante testimonio de la gnomónica de la Antiguedad, y dedicando un capítulo entero a esta ciencia, concretamente el capítulo IX. En él cita los diferentes tipos de relojes de sol que se utilizaron en la antigüedad y sus inventores. Cita el Hemicyclum, de Beroso Caldeo; el Scaphen o Hemisphaerium (Excavado o Hemisferio) y el Discum in planitie, de Aristarco de Samos; la Arachnen, de Eudoxo el astrólogo; el Plinthium lacunar de Scopas Siracusano, entre otros.

Reloj solar del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida


Estos tipos son los que encontraremos en época romana, ya que no se hicieron grandes avances en gnomónica. Pero sí que conservamos de esta época más vestigios arqueológicos, como por ejemplo el reloj solar que se conserva en el museo nacional de arte romano de Mérida. O como el extraño reloj solar portátil que se encontró el 11 de junio de 1755 en las ruinas de Herculano, y que tiene forma de jamón, por lo que pasó a llamarse este reloj de sol “jamón de Pórtico”. La Enciclopedia de Diderot y D'Alambert (tomo VII, s.v GNOMONIQUE, París 1757) comenta este descubrimiento y pasa a describirlo.

“On a trouvé dans les ruines d'Herculanum un cadran solaire portatif. Ce cadran est rond & garni d'un manche, au bout duquel est un anneau qui servoit sans-doute à suspendre le cadran par-tout où l'on vouloit. Tout l'instrument est de metal & un peu convexe par ses deux surfaces : il y a d'un côté un stilet un peu long & dentelé, qui fait environ la quatrieme partie du diametre de cet instrument. L'une des deux superficies, qu'on peut regarder comme la surface supérieure, est toute couverte d'argent, & divisée par douze lignes paralleles qui forment autant de petits quarrés un peu creux ; les six derniers quarrés, qui sont terminés par la partie inférieure de la circonférence du cercle, sont disposés comme on va voir, & contiennent les caracteres suivans, qui sont les lettres initiales du nom de chaque mois....”

También Plinio el viejo nos relata en su Historia Natural, como el emperador Augusto, aprovecho un obelisco para la construcción de un enorme reloj solar en el Campo de Marte.

En época medieval son los monasterios los guardianes de la cultura y son estos, los que más iban a necesitar de la medición del tiempo para regular los deberes diarios de sus reglas monásticas. Con la regla benedictina aparecen los relojes solares de horas canónicas, que marcan las obligaciones y oraciones de los monjes. Será en época bajo-medieval, en torno al siglo XIV, cuando aparecen los primeros relojes mecánicos. Pero su uso no se generaliza hasta el siglo XVII, gracias a Christian Huygens, que en 1656, construye el primer reloj de péndulo, pero esa es otra historia.

En el siglo IX son los árabes los que dominan el panorama científico en occidente y aparecen, entre otros, obras de Thabit Ibn Qurra, sabio árabe especializado en astronomía, matemáticas y medicina, que escribe obras como el “Libro sobre el instrumento que indica las horas” alrededor del año 890. Qusta ibn Luqa (820-912) escribió un tratado sobre los astrolabios. Al-Biruni (953-1078) fue matemático, astrónomo, físico, filósofo, astrólogo, viajero, historiador y farmacéutico, uno de los intelectuales más destacados del mundo islámico. Escribió cerca de 150 obras sobre historia, astronomía, astrología, gnomónica, matemáticas y farmacología, de las cuales apenas ha sobrevivido una quinta parte de ellas. E infinidad de astrónomos y matemáticos cuyos estudios influenciaron en la gnomónica, como por ejemplo el gran astrónomo de Al-Andalus, Azarquiel.

En el siglo XIII, encontramos la obra de Sacrobosco, “Tractatus de Quadrante” c.1239. En 1260 el “Quadrans Vetus “ de Johannes Anglicus y en 1288 el “Quadrans Novus” de Profetius. Aunque el primer gran astrónomo y gnomonista del mundo latino fue Juan Regiomontano (1436-1476) que colaboró con importantes tratados sobre trigonometría. La unión de ambos fructificó en bellos incunables astronómicos impresos en Venecia por Erhard Ratdolt, que fue el impresor que más bellos libros imprimió en época incunable sobre temas científicos, con espectaculares capitales y bellos grabados.

Ya en el siglo XV aparece Oronce Finé (en latín aparece también como Orontius Finaeus Delphinatus, también Orontius Finnaeus e incluso puede encontrarse más corto como Finaeus) Nace el 20 de diciembre de 1494 en la región de Dauphiné - † 8 de agosto de 1555 en París), se trata de un célebre matemático y cartógrafo de origen francés.
En el terreno de la gnomónica es frecuentemente conocido por haber plagiado a otros autores, Clavius describe con inusitada fuerza algunos de sus errores de interpretación, denominándolos "Error Orontius". Fue constructor de relojes de sol y uno de ellos elaborado en ébano en 1524 todavía existe. Su principal obra fue: “Orontii Finei Delphinatis, regii mathematicarvm professoris, De solaribus horologiis, & quadrantibus, libri quatuor.” Parisiis, apud Gulielmum Cauellat, in pingui gallina [1560].
Tambien es interesante citar al alemán Sebastian Munster (1488-1552) hebraista y cosmógrafo. En gnomónica hizo varias investigaciones y publicó varios libros en los que detalla con abundantes gráficos como se construye un reloj de sol. Agunas obras son, “Erklerung des newen Instruments der Sunnen, Oppenheim” 1528; Compositio horologiorum, 1531; Horologiographia, 1533; etc.
Regnier Gemma Frisius (Dokkum, Frisia, 8 de diciembre de 1508 - Lovaina, Brabante, 25 de mayo de 1555) fue un astrónomo y matemático holandés, famoso por su habilidad en la construcción de instrumentos de medida y por las teorías que elaboró, que fueron de ayuda a la navegación marítima.
Gemma hizo importantes avances en gnomónica y publicó un tratado denominado Tractatus de Annulo Astronomicae en el que describe un intrumento que el mismo denomina anillo astronómico empleado como cuadrante, nunca se menciona como inventor del mismo y describe el modo de empleo siempre mencionando a su amigo Van der Heyden.
En fecha muy cercana al libro de hoy se editó el libro de Giovanni Battista Benedetti “De gnomonum umbrarumq solarium vsu liber ... : nunc primùm ... in lucem aeditus “Augustae Taurinorum : apud haeredes Nicolai Beuilaquae, 1574.
También hay que citar a Pedro Apiano, astrónomo que trabajó para el emperador Carlos V y que en su obra “Cosmographia” dedica un libro al uso del anillo astronómico, con el cual averiguar las horas del día.

Todas estas obras llegarían a España, pero hasta el momento no había ninguna obra ni en latín ni en lengua vernácula, que hablara exclusivamente sobre relojes solares.
Y es aquí en Valencia donde verá la luz de mano del impresor Pedro de Huete, en su casa, en la plaza de la Yerua, en 1575 la obra de Pedro Roiz “Libro de Reloges Solares”. Primera y durante mucho tiempo única obra en castellano sobre este tema.
El libro es de tal importancia en su genero que el Senado editó una edición facsímil de su ejemplar, con motivo del año internacional de las matemáticas en el año 2000, con un estudio introductorio del catedrático de matemáticas de la Universidad Autónoma de Barcelona, Joan Girbau, en el que ensalza las dotes matemáticas de Pedro Roiz al que define como un verdadero matemático.
También se hicieron ediciones facsímiles por Ed. Cuadrante, Ed.Testimonio y Librería Paris-Valencia.

Solo conocemos, a través de su obra, unas pocas notas biográficas del autor. Pedro Roiz fue párroco de la iglesia de San Valero en el valenciano barrio de Ruzafa, y después canónigo de la Catedral Metropolitana. En cuanto a sus dotes matemáticas, discipulo del también valenciano Jerónimo Muñoz (1520 - 1591) astrónomo, geógrafo, ingeniero y hebraísta, que dio clases de astronomía y hebraismo primero en Valencia entre 1563 y 1578 y fue luego nombrado catedrático en la Universidad de Salamanca. Pedro Roiz igualmente desempeñó el cargo de catedrático de Matemáticas.
Una de las singularidades de este libro es que Pedro Roiz se plantea escribir una obra con la cual poder construir un reloj de sol, sin conocimientos matemáticos previos. Y para ello incluye los conocimientos matemáticos suficientes para llevar a cabo este tipo de relojes.





En la carta al lector dice textualmente Roiz: “Las cosas de Mathematicas van tan asidas y encadenadas entre si, que no se pueden entender las unas sin las otras: las medias sin las del principio, ni las postreras sin estas dos. Todo quanto fuere necessario para entender la fabrica de los reloges solares de este libro, se hallara declarado en el, sin necesidad de otro. Leanlo desde el principio, y no passen por cosa, sin bien entenderla: y quando se les ofreciere algo que no este aquí declarado, dexenlo, porque no sera necesario para nuestro intento.”
Roiz comienza con una exposición de la geometría euclidiana en los capítulos I y II, empezando por la definición de punto y terminando con ejercicios geométricos sobre ángulos. El capítulo III lo dedica a nociones de astronomía y el IIII a la definición de la rosa de los vientos. El resto de capítulos se centran en los propios relojes solares con los datos necesarios, y numerosas tablas con las divisiones del arco en función de la latitud donde se sitúe el reloj. Una curiosdad apuntada por Joan Girbau es “La tabla de las alturas del Norte de los principales pueblos de España”, es decir una tabla de latitudes, es tan exacta que no hay discrepancias superiores a los seis minuto de arco. Hay que tener en cuenta que un minuto de arco equivale aprox. a 1850 metros de diferencia. Y varias exactitudes de décimas de minuto. ¡ Y sin GPS !



Una de las curiosidades del libro es su carta dedicatoria a Don Juan de Borja hijo del Marqués de Navarrés, en el que ensalza el uso de las matemáticas. Según Girbau es uno de los elogios más inspirados que se han hecho a esta ciencia. Os expongo parte de la explicación que hace Joan Girbau sobre la epístola a Joan de Borja:

“La estupenda epístola que sirve de prólogo al libro empieza con la descripción del famoso problema griego de la duplicación del cubo. En el año 429 a. C. una gran peste azotó Atenas y se llevó aproximadamente una cuarta parte de la población. Dícese que para remediar aquella calamidad se envió una delegación al oráculo de Apolo en Delos para preguntar cómo podría conjurarse la peste, a lo que el oráculo respondió que era necesario duplicar el altar cúbico del templo de Apolo. Los atenienses pensaron primero que bastaba con construir una ara igual a la ya existente y juntarla a la primera, pero al observar que después de realizar esta construcción la peste no cesaba, dícese que interpretaron el oráculo en el sentido de que debían construir un altar con la misma forma cúbica que el primitivo, pero de volumen doble.
El libro que estamos comentando, después de describir este problema dice de él que es muy dificultoso y que no se puede resolver “sin mucho estudio de aritmética y geometría” y que la voluntad de Apolo era que los atenienses “se dieran al estudio de la matemáticas”. En realidad este problema de la duplicación del cubo, junto con otros dos problemas clásicos (el de la trisección del ángulo y el de la cuadratura del círculo) quedó como problema abierto hasta el siglo XIX en que se demostró que no tenía solución (los matemáticos denominan problema abierto a aquel que nadie sabe resolver). Expliquemos por qué la duplicación del cubo era para los griegos un problema abierto. Bajo la óptica actual cualquier alumno de bachillerato daría de él una solución correcta. Diría un tal alumno: Si se designa por a la arista del altar cúbico de Apolo, su volumen será V = a3. Si la arista del altar que buscamos es x, el volumen del cubo de arista x debe igualarse a 2V. Por tanto x3 = 2V = 2a3. De donde x = 3√2a ¿Por qué esta solución completamente
correcta y elemental no era considerada “solución” por los griegos?
Ellos consideraban que una figura geométrica era efectivamente construible de manera exacta cuando existía algún procedimiento que la permitiera construir utilizando solamente la regla y el compás. La pregunta que ellos se hacían podría resumirse así: ¿Existe algún procedimiento geométrico que utilizando solamente regla y compás permita construir la longitud “x” a partir de la longitud conocida “a”? Esta pregunta no se resolvió hasta el siglo XIX en que la teoría del matemático ´Evariste Galois (1811-1832) permitió contestar la pregunta anterior en sentido negativo. Es decir: nadie podrá inventar nunca un procedimiento geométrico que utilizando sólo la regla y el compás permita construir 3 √2a a partir de a. Digamos aquí que Galois murió a los 21 años después de batirse en duelo con un desconocido, y que su trabajo sobre la resolución por radicales de las ecuaciones algebraicas –trabajo que escribió la noche anterior al duelo y que entregó a un amigo – revolucionó el álgebra.
Volvamos a nuestro libro de relojes de sol. Su autor tuvo el acierto de empezar el prólogo del mismo con la descripción de este problema de la duplicación del cubo, que fue durante dos milenios un problema abierto. Los matemáticos profesionales, en tanto que investigadores, se enfrentan a diario con problemas que nadie antes ha resuelto, y en la mayoría de casos no consiguen más que dar de ellos soluciones parciales. No existe pues mejor manera de presentar a un público no matemático la verdadera esencia de esta ciencia que la descripción de algún problema abierto, tal como hace el libro que comentamos.”



Otro ejemplo de su singularidad es su rareza, pues no recuerdo, ni tengo referencias de otro libro en venta, al menos en los últimos diez años. Palau que lo referencia con el número 275689, habla de algunos ejemplares vendidos, 20 frcs. Heredia, 1891; 100 ptas. Madrid 1917; 125 ptas. Molina 1932 y 150 ptas. En 1941; 1000 ptas. Bardón en 1949 y 1500 ptas. En 1953 y 500 pesos, Porrua en 1950.





Mi ejemplar perteneció a Robert B. Honeyman, que fue subastado en Christie’s y lleva el ex libris de la librería Bardón; muy probablemente sea uno de los dos ejemplares reseñado por Palau. Salvá lo referencia en su catálogo con el 3811, lo cita Vicente Castañeda y Alcover en su “Ensayo de una bibliografía comentada de manuales de artes, ciencias, oficios, costumbres publicas y privadas”, así como Felipe Picatoste y Rodríguez, con el numero 699, en sus “Apuntes para una biblioteca científica española del siglo XVI” Madrid, 1891.

Pues bien, todos los registros bibliográficos consultados tienen un error garrafal, no solo hay una edición de esta obra ¡Hay dos!

La diferencia es la siguiente:

1ª/ La colación del libro es : “Libro de reloges solares, compuesto por Pedro Roiz”, Impresso en Valencia en casa de Pedro de Huete. Año de 1575. 4º, 4h + 120 p. + 2 h . Colofón. Impresso en Valencia, en casa de Pedro de Huete a la plaça de la Yerua. 1576.

2ª/ La otra edición tiene la misma portada y el libro es idéntico hasta la pagina 97, a partir de ahí el libro cambia. Cambia la composición tipográfica, capitulares diferentes, se corrigen párrafos y algunos de los encabezamientos de los capítulos, incluso cambian los datos numéricos en las tablas, lo que origina la duda de cuales serán las correctas, y se añade un capítulo el XXIX. Lo curioso es que este capítulo viene reflejado en los índices de ambas ediciones. Terminando el libro sin colofón (creo que por falta de espacio) pero con la frase “Fin deste libro de Relog. Sol.”




Ahora bien Pedro Roiz da una explicación al final del cap. XXVIII de la 1ª edición. Dice así: “No ponemos el capítulo29. en el qual pensábamos tratar de los fundamentos y causas desta materia de Reloges, porque muy presto plaziendo a Dios sacaremos un libro en lengua Latina, que tratará de todas las demostraciones de las tablas de este libro, y de muchas otras que no están aquí, donde se dará ejemplos de todas las reglas muy extensos. Fin del libro de Reloges solares.”
Las incógnitas aparecen con las fechas de edición y colofón. Ya que la edición mejorada, que incluye el cap. XXIX, es decir libro completo con respecto al índice, lleva fecha 1575. Concretamente la fecha de la epístola a Juan de Borja que lleva fecha de 8 de Abril de 1575. En cambio la 1ª, que parece hecha con más premura, que no incluye el capítulo XXIX por la próxima edición de otro libro desarrollando este tema, lleva colofón de 1576.



Mi teoría es que el proyecto editorial del libro que explicaría “el fundamento y principio de los reloges solares deste libro” no se llevo a cabo –aunque pienso que el manuscrito estaba escrito, por lo claro de la idea de su publicación y porque Roiz indicaba que en breve espacio de tiempo vería la luz- de manera que en 1576 se reeditó con mejoras y con la inclusión del cap. XXIX. Aunque no se tomó la molestia de cambiar el pie de imprenta, tal vez por eludir trámites o algún impuesto. Luego hay dos claras y diferenciadas ediciones, que ningún bibliógrafo ha señalado. Aunque es cierto que de la 2ª edición sólo he encontrado tres ejemplares en bibliotecas.
¿Cómo descubrí todo esto? Muy fácil, la cuestión apareció al recoger datos sobre los diferentes ejemplares que se encuentran en bibliotecas españolas, ya que aunque es un libro raro en comercio, no lo es en las bibliotecas españolas. El CCPBE recoge 15 ejemplares. En el catálogo de CSIC aparecen tres ejemplares, el de la Universidad de Valencia, el de la universidad de Sevilla y el del Instituto Botánico de Barcelona. En el del CSIC, si que indica que hay una edición con 128 p. el del Inst. Bot. de Barcelona. Ahora bien, aunque en el catalogo de la biblioteca de la Universidad de Valencia, al menos el acceso por Internet, indica dos ejemplares de 1575 y 1575(1576), en ambos indica la colación de 120 p. + 2 h. un pequeño fallo que gracias a la elaboración del catálogo SOMNI (gracias Apolonio) se digitalizó el ejemplar de la 2ª, por lo que pude cotejar ambas ediciones. Mis más profundas reverencias a la ciencia y la tecnología que han propiciado tan feliz descubrimiento.

No querría terminar sin referenciar tres obras posteriores:

De Christoph Clavius, la “Gnomonices libri octo, in quibus non solum horologiorum solariu[m], sed aliarum quo[quam] rerum, quae ex gnomonis umbra cognosci possunt, descriptiones geometricè demonstrantur”, por Franciscum Zanettum, Roma, 1581. Esta obra se puede considerar una obra enciclopédica (más de 800 páginas con abundantes ilustraciones) sobre Gnomónica en la que por primera vez se describe, y se demuestra geométricamente cada una de las posibilidades de construir un Reloj de sol. Menciona los principios para la medida del tiempo. Para algunos estudiosos este libro es una de las explicaciones más extensas de la Gnomónica y para otros se trata de un amplio y complejo entramado de demostraciones difícil de leer (Montucla dice en su famoso libro de la historia de la matemática que es preferible inventar la gnomónica que seguir las demostraciones de Clavius). El caso es que trata todos los problemas planteados hasta la época y relata la forma de resolverlos mediante geometría.

Portado de la obra de Clavius -que no tengo-

El autor, Cristobal Clavius, jesuita alemán, es uno de los promotores del calendario gregoriano. La regla del año bisiesto del calendario Juliano, creaba 3 años bisiestos de más en cada período de 385 años. Como resultado, el acontecimiento actual de los equinoccios y solsticios lentamente se apartaban de las fechas respectivas del calendario. El día del equinoccio de primavera determina la fecha de las Pascuas, con lo cual, la Iglesia comenzó a presionar por una reforma.

Clavius planteó que el miércoles 4 de octubre de 1582 (Juliano) debía ser seguido por el jueves 15 de octubre de 1582 (Gregoriano) para solucionar este desfase y propuso que los años bisiestos ocurran en años exactamente divisibles por cuatro, excepto aquellos terminados en 00, que debían ser divisibles por 400. Esta regla se utiliza aún hoy, y es tan precisa que no será necesario realizar ninguna otra reforma al calendario por muchos siglos. Esta medida, aunque correcta, no fue muy bien entendida. En Frankfurt, por ejemplo, los habitantes se levantaron contra el Papa y contra los matemáticos que les habían robado once días. Clavius escribió “Nueva apología del calendario romano” (1595), donde justificaba las reformas al nuevo calendario, y las defendía de los ataques.

Ya en España, las obras inmediatamente posteriores a la de Roiz fueron:

“Libro de instrumentos nuevos de Geometría, muy necesarios para medir distancias y alturas sin que intervengan números…” de Andrés García de Céspedes, Madrid, Juan de la Cuesta, 1606
“Compendio Mathematico” 9 v. de Thomas Vicente Tosca, cuyo volumen IX, dedica entre otras cosas a la gnomónica, Valencia, por Antonio Bordazar, 1715

Y para terminar, llegando a la actualidad y en relación con el sol. Os muestro este libro que curiosamente casi coincide en número de páginas, es del mismo tamaño, esta publicado 400 años después del Roiz e incluso está encuadernado en imitación a pergamino. “Tecnologías y aplicaciones de la Energía Solar”. Madrid, 1976, libro que compré en mi adolescencia fruto de mi eterna curiosidad en el terreno de las ciencias.




Libro, que como el Roiz, es primero en su temática y así lo expresa una nota del editor en la sexta hoja sin paginar del libro que dice así:

“Librería Técnica Bellisco, haciendo honor a la verdad y teniendo siempre presente en su quehacer las necesidades de sus clientes, reconoce que la decisión de editar esta obra en castellano no fue tarea fácil; si bien la novedad del tema atraería a los estudiosos en estas disciplinas, había que ofrecer una obra que iciera de éste una clara exposición.
Dada la escasa bibliografía que de este tema existe en nuestra lengua y no habiendo tenido la oportunidad de conseguir un original de autores castellanos; es por lo que esta editorial decidió publicar una obra traducida.
En ningún momento, ha querido ha querido presentar un tratado teórico, sino una obra que explique concisa y claramente las aplicaciones de la energía solar; en esta, encontrará el lector buena muestra de ello. Ninguna satisfacción mayor podía encontrar, que el haber conseguido la finalidad que al principio se impuso.
Manuel Bellisco Hernandez”


EPILOGO:

Hasta aquí llegan los buenos libros de Lamberto Palmart, los ejemplares sobresalientes de mi biblioteca, aquellos que he reunido uno a uno, no sin temblarme la mano o sintiendo un leve sudor frío y vacío en mis entrañas, cada vez que he pagado por ellos la cantidad suficiente para permitirme otras comodidades o algún que otro viaje como el resto de mortales. Pero soy bibliófilo amigos, como vosotros que me leéis asiduamente. Y esto no tiene cura. Me quedan libros, claro que sí y muchos, pero no esos ejemplares de bibliófilo dignos de mostrar y escribir sobre ellos, y robar un poco de tiempo a todos vosotros para que los disfrutéis y compartáis conmigo, regalándome a cambio los amables y entrañables comentarios que me han llenado de tanta satisfacción. Son libros modernos, libros que me han ilustrado, han saciado mi sed de curiosidad, me han alegrado, emocionado, entristecido o me han hecho reflexionar. Son libros del día a día. Los otros, los de bibliófilo, son de adquisición más lenta, de paso de tortuga, que se contraponen a la agilidad de un blog. Por eso, y reflexionando con el último artículo de Rui Martins, me tomo un descanso estival.
Tendré que reflexionar sobre mi blog, no quiero cerrarlo, pero tendré que darle otra dinámica y contenido. Un gran periodista, amigo mío me dijo “Escribe mientras tengas algo que contar”. Aunque parezca una obviedad tiene mucha verdad intrínseca y por respeto a todos los que me leéis, así debo hacerlo.
A todos aquellos que tenéis vuestro blog -no hace falta que os nombre, cada uno sabéis quien sois-, seguiré vuestros interesantísimos artículos. Tenéis mucho que decir, sois auténticos pozos de sabiduría y la regaláis en cada crónica que escribís. Amor librorum nos unit.

Saludos bibliófilos y calcófilos.